Yo estudié en la pública y estoy orgulloso de ello... además de las notas hay cosas muy importantes que aprender....
En algunos lugares solo hay escuelas públicas, donde no hay negocio no llegan las privadas...
"Había una vez una escuela...", así comienza el cuento que he decidido compartir con todos vosotros. La historia pertenece a un lugar alejado, quizá ideal en algunas cuestiones y con carencias en otras, pero con un fondo de respeto, de igualdad, de compromiso, de futuro...., que me ha llevado a compartirlo aquí.
"....Escuchen un momento, abran bien las orejas, pero abran también el corazón".
Virtudes Choique (Norita Cecilia)
Había una vez una escuela en medio de las
montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a
caballo, en burro, en mula y en patas.
Como suele suceder en estas escuelitas
perdidas, el lugar tenía una sola maestra- una solita, que amasaba
el pan, trabajaba una quintita, hacía sonar la campana y también
hacía la limpieza.
Me olvidaba: la maestra de aquella escuela
se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de
Mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes Choique ordeñaba cuatro
cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y
expediciones. (Como ven, hay maestras y maestras).
Esta del cuento, vivía en la escuela. Al
final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí
vivía, cantaba con la guitarra, y allí sabía golpear la caja y el
bombo.
Y ahora viene la parte de los chicos. Los
chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente, porque
la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer
mimos, y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último
lugar estaba el mate cocido de leche de cabra, que Virtudes servía
cada mañana.
La cuestión es que un día Apolinario Sosa
volvió al rancho y dijo a sus padres:
– ¡Miren, miren …
! ¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno!
El padre
y la madre miraron, y vieron una letras coloradas. Como no sabían
leer, pidieron al hijo que les dijera- entonces Apolinario
leyó:
- “Señores padres: les informo que su hijo
Apolinario es el mejor alumno”.
Los padres de Apolinario
abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos
se sentían bendecidos por Dios.
Sin embargo, al día siguiente, otra chica
llevó a su casa algo parecido. Esta chica se llamaba Juanita
Chuspas, y voló con su mula al rancho para mostrar lo que había
escrito la maestra:
- “Señores padres: les informo que su
hija Juanita es la mejor alumna”.
Y acá no iba a terminar la cosa. Al otro
día Melchorcito Guare llegó a su rancho chillando como loco de
alegría:
– ¡Mire mamita,… ! ¡Mire, Tata… ! La
maestra me ha puesto una felicitación de color colorado, acá. Vean:
“Señores padres: les informo que su hijo Melchor es el mejor
alumno”. Así a los cincuenta y seis alumnos de la escuela
llevaron a sus ranchos una nota que aseguraba: “Su hijo es el mejor
alumno”.
Y así hubiera quedado todo, si el hijo del
boticario no hubiera llevado su felicitación. Porque, les cuento: el
boticario, don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró de que su hijo
era el mejor alumno, dijo:
– Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi
hijo es el mejor de toda la región! Sí. Hay que hacer un asado con
baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre, y por
eso lo voy a celebrar como Dios manda.
El boticario escribió una carta a la
señorita Virtudes. La carta decía:
-“Mi estimadísima,
distinguidísima y hermosísima maestra: El sábado que viene voy a
dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le
pido que avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus
padres. Muchas gracias. Beso sus pies, Pantaleón Minoguye;
boticario”.
Imagínese el revuelo que se armó.
Ese día
cada chico voló a su casa para avisar del convite. Y como sucede
siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Bien sabe
el pobre cuánto valor tiene reunirse, festejar, reírse un rato,
cantar, saludarse, brindar y comer un asadito de cordero.
Por eso, ese sábado todo el mundo bajó
hasta la casa del boticario, que estaba de lo más adornada. Ya
estaba el asador, la pava con el mate, varias fuentes con pastelitos,
y tres mesas puestas una al lado de la otra.
En seguida se armó la fiesta. Mientras la
señorita Virtudes Choique cantaba una baguala, el mate iba de mano
en mano, y la carne del cordero se iba dorando.
Por fin, don Pantaleón, el boticario, dio
unas palmadas y pidió silencio. Todos prestaron atención.
Seguramente iba a comunicar una noticia importante, ya que el convite
era un festejo. Don Pantaleón tomó un banquito, lo puso en medio
del patio y se subió. Después hizo ejem, ejem, y sacando un
papelito leyó el siguiente discurso:
“Señoras,señores, vecinos, niños. ¡Queridos convidados! Los he reunido a
comer el asado aquí presente, para festejar una noticia que me llena
de orgullo. Mi hijo mi muchachito, acaba de ser nombrado por la
maestra, doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Así es. Nada más,
ni nada menos…
El hijo del boticario se acercó al padre, y le dio un vaso con vino. Entonces el boticario levantó el vaso, y
continuó: Por eso, señoras y señores, los invito a
levantar el vaso y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a
su apellido, y a su país. He dicho”.
Contra lo esperado, nadie levantó el vaso.
Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu. Al revés. Padres y madres
empezaron a mirarse unos a otros, bastante serios. El primero en
protestar fue el papá de Apolinario Sosa:Yo no brindo
nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.
Ahí nomás
se adelantó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas, para
retrucar:¡Qué están diciendo, pues! Acá la única
mejorcita de todos es la Juana, mi muchachita.
Pero ya empezaban los gritos de los demás,
porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor
alumno era su hijo. Y que se dejaran de andar diciendo mentiras. A
punto de que don Sixto Pillén agarrara de las trenzas a doña
Dominga Llanos, y todo se fuera para el lado del demonio, cuando pudo
oírse la voz firme de la señorita Virtudes Choique.
– ¡Párense…
! ¡Cuidado con lo que están por hacer … ! ¡Esto es una fiesta!
La gente bajó las manos y se quedó quieta.
Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo:
– Maestra:
usted ha dicho mentira. Usted ha dicho a todos lo mismo.
Entonces sucedió algo notable. Virtudes
Choique empezó a reírse loca de contenta. Por fin, dijo:
– Bueno.
Ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien, y abran
las orejas. Pero abran también el corazón. Porque si no entienden,
adiós fiesta. Yo seré la primera en marcharme.
Todos fueron tomando asiento. Entonces la
señorita habló así:
– Yo no he mentido. He dicho verdad.
Verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplo de que
digo verdad:
“Cuando digo que Melchor Guare es el mejor no
miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el
mejor arquero de la escuela, cuando jugamos al fútbol…
“Cuando
digo que Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda
floja en Historia, es la más cariñosa de todas…
“Y cuando
digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Y Dios es
testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en
lo que sea…
“Tampoco miento cuando digo que aquel es el mejor
en matemáticas… pero me callo si no es servicial.
“Y aquél
otro, es el más prolijo. Pero me callo si le cuesta prestar algún
útil a sus compañeros.
“Y aquélla otra es peleadora, pero
escribe unas poesías preciosas.
“Y aquél, que es poco hábil
jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.
“Y aquélla
es mi peor alumna en ortografía, ¡pero es la mejor de todos a la
hora de trabajo manual!
“¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no
entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos
chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la patria? ¿Con lo
mejor o con lo peor?
Todos habían ido bajando la mirada. Los
padres estaban más bien serios. Los hijos sonreían contentos.
Poco a poco cada cual fue buscando a su
chico. Y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto
principalmente los defectos, y ahora empezaban a sospechar que cada
defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión
de subrayar, estimular y premiar lo mejor. Porque con eso se
construye mejor.
Cuenta la historia que el boticario rompió
el largo silencio. Dijo:
– ¡A comer … ! ¡La carne ya
está a punto, y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y
seis … !
Comieron más felices que nunca. Brindaron.
Jugaron a la taba. Al truco. A la escoba de quince. Y bailaron hasta
las cuatro de la tarde.
fuente: http://acorazonabierto.wordpress.com/
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