La lista de países en los que florecen movimientos susceptibles de declararse más o menos abiertamente indignados se volverá interminable. Pronto será más sencillo contar los países totalmente ajenos a este fenómeno, el cual no se puede meter en el saco de los acontecimientos pasajeros o puramente circunstanciales.
En una audaz reducción, esos movimientos de formas sinuosas y con discursos diversos se han relacionado con la publicación de la estimulante obra de Stéphane Hessel. ¡Indignaos!, nos ordena desde lo alto de su lucidez intacta que tantos individuos parecen haber perdido en nuestras democracias formales.
Sin embargo la lucidez también exige que reconozcamos que la mayoría de esos movimientos podrían haber eclosionado sin la orden de nuestro vigilante compatriota. Le haríamos un honor que en ningún momento reivindica atribuyéndole una paternidad abusiva. Antes embajador de profesión, en su vejez Hessel se ha convertido en un embajador simbólico de numerosas luchas contra los abusos y la creciente injusticia alimentada por la globalización capitalista.
Es obvio que el panorama de la indignación sobrepasa ampliamente el simpático padrinazgo de alguien que no puede resignarse al sacrificio, tan frecuente, de la dignidad humana en el altar de la ganancia voraz.
Una idea generalizada que quieren asfixiar
Los indignados no se limitan a prolongar la larga historia de la protesta contra el orden establecido por los amos de la economía dominante y sus secuaces. Al contrario, marcan una ruptura histórica en el sentido de que inscriben sus movimientos en un contexto nuevo, el del anunciado hundimiento del capitalismo y de los intentos de salvarlo, cada vez más violentos, que claramente tratan de preservar el principal resorte del capitalismo, la generación del beneficio máximo mediante la contratación del coste directo mínimo, y que la economía, ahora global, destruye el tejido social a la vez que daña gravemente los ecosistemas y agota los recursos más escasos.
La extensión de la indignación se subestima
¿Revoluciones indignadas?
El variado mosaico de la indignación
Yann Fiévet es profesor de Ciencias Económicas y Sociales en el Liceo Jean-Jacques Rousseau de Sarcelles, autor de varios libros, cronista de prensa, presidente de asociaciones y promotor de conferencias y debates.
Los indignados no se limitan a prolongar la larga historia de la protesta contra el orden establecido por los amos de la economía dominante y sus secuaces. Al contrario, marcan una ruptura histórica en el sentido de que inscriben sus movimientos en un contexto nuevo, el del anunciado hundimiento del capitalismo y de los intentos de salvarlo, cada vez más violentos, que claramente tratan de preservar el principal resorte del capitalismo, la generación del beneficio máximo mediante la contratación del coste directo mínimo, y que la economía, ahora global, destruye el tejido social a la vez que daña gravemente los ecosistemas y agota los recursos más escasos.
Otro aspecto novedoso de la reivindicación del cambio se encuentra precisamente en el hecho de que en la actualidad el capitalismo es planetario, una configuración creada por la voluntad y la actuación de poderosos protagonistas económicos –las multinacionales- y por instancias políticas no elegidas democráticamente –FMI, OMC, BCE, Comisión Europea- en estrecha colusión unos con otros. Aunque los movimientos de los indignados no están unificados –y probablemente nunca lo estarán- en todas partes constatan la misma terrible morbosidad de la economía general depredadora y reivindican la instauración de una economía de la restitución. En este último sentido -¡el de la nobleza!- deberían poner en marcha una vanguardia ofensiva contra la resistencia defensiva de un sistema condenado por su lógica suicida.
En espera de la «ampliación del ámbito de la lucha», lo esencial no reside en el número de combatientes, sino en la calidad de sus intervenciones.
En esta época de la información mercantilizada y la comunicación invasora, los movimientos de los indignados al menos tienen un mínimo derecho a la visibilidad. Es obvio que los medios de comunicación del «gran público», cada vez más sometidos a las lógicas mercantiles y financieras, no tienden a interesarse por movimientos ciudadanos que se movilizan por intereses generales y piden cuentas a los malos gobernantes.
Así, ridiculizaron la declaración de los indignados españoles de que no querían el poder y exigían finalmente que los representantes del pueblo actúen por el interés general. Esto es cualquier cosa menos ridículo. Incluso es fundamental. Los indignados no tienen ningún interés en crear otro partido político con unos pocos representantes en un sistema sin cambios esenciales.
Como dijeron: ¡Hay que pensar en el cambio y no cambiar de pensamiento! La necesidad del cambio es un asunto muy serio para dejarlo únicamente en manos de los partidos políticos. Toda la sociedad civil debe tomar parte.
Cuando los medios de comunicación dominantes sólo ven la política a través de las declaraciones tranquilizadoras de los representantes del pueblo, despreciado en sus aspiraciones profundas cuidadosamente ocultadas bajo los sondeos de opinión, llegan incluso a no comprender la realidad social ni a precisar los retos fundamentales de una construcción inteligente del mundo. Tanto es así que en el caso de la «crisis griega» muchos periodistas creen que la mayoría de los griegos confía en que sus dirigentes actuales sacarán al país del abismo en el que le hundieron sus predecesores.
Sin embargo, ahí abajo, hierve la indignación desde hace meses para quien quiera observarla fuera de los canales habituales de la protesta controlada.
¿Revoluciones indignadas?
Parece que la «Primavera Árabe» de 2011 dio alas a diversos movimientos contestatarios en otras partes del mundo. Tenemos la esperanza de que hubieran surgido sin necesidad de ese oportuno catalizador. Aunque es innegable la gran valentía demostrada por las poblaciones de varios países árabes, sometidos durante mucho tiempo bajo la férula de dictadores corruptos y a veces sanguinarios, había motivos para despertar a los ciudadanos aletargados en la tibieza de nuestras viejas democracias; el ejemplo se ha frenado de momento. A este respecto no podemos hablar de Revolución, si acaso de revoluciones conservadoras.
En el mundo árabe en ebullición, las franjas «progresistas» de las rebeliones son minoritarias en todas partes. Es muy pronto para decir si la legítima reivindicación de esos pueblos de un reparto diferente de las riquezas se fortalecerá con la voluntad de construir una alternativa del capitalismo cuya característica eminentemente depredadora denuncian por todas partes los movimientos de los indignados. Si las corrientes políticas conservadoras atrapan al movimiento en los procesos de transformación en curso, los «países del Norte» se felicitarán por haber encontrado una bicoca que les permitirá posponer la llegada de la fase terminal del capitalismo. ¿Se venderá Túnez al turismo internacional como Níger malvende su uranio a Areva despreciando la salud de sus habitantes?, ¿o como Senegal que ha arruinado la pesca artesanal, recurso vital de muchos senegaleses, al firmar con Europa un acuerdo de pesca intensiva que organiza el saqueo de su fondo marino antes rebosante de pesca?.
Samir Amin augura que la primavera de los pueblos del Sur será el otoño del capitalismo. Y necesitará el apoyo de los movimientos de protesta del Norte. ¿Los indignados de las naciones ricas se encontrarán con sus homólogos de las sociedades recién liberadas del yugo ancestral de sus antiguos dirigentes indefectiblemente apoyados por los gobiernos occidentales? ¡Ojalá!
Un recuento exhaustivo de los movimientos de indignados es realmente imposible. Conocemos los que salen en los medios de comunicación de masas, como para dejar en silencio a la mayoría de ellos. Además muchos de esos movimientos nos resultan desconocidos debido a que están situados en países donde la libertad de información está fuertemente restringida. Por ejemplo, el clima social en China es cualquier cosa menos tranquilo. El capitalismo salvaje suscita revueltas duramente reprimidas y apenas sabemos nada. Una pequeña enumeración de los movimientos de indignados nos revela, a pesar de su aparente disparidad, el rechazo a la dominación capitalista del mundo.
Cada movimiento elige su forma original de denunciar al mismo monstruo. En Estados Unidos, el movimiento «Occupy Wall Street» pone el acento en primer lugar en las enormes desigualdades de rentas y patrimonios que existen en la primera potencia económica del planeta. Su eslogan «99 contra 1» ilustra al mismo tiempo que la multitud no puede tener casi nada cuando el uno por ciento acapara casi todo, y que por lo tanto es esa centésima la que decide todo.
En Japón son las consecuencias de la catástrofe de Fukushima las que movilizan a los ciudadanos, a los cuales nos presentan a menudo como unos fatalistas viscerales. El pasado 23 de diciembre fue el «Viernes Amarillo».
Se celebraron manifestaciones en todo el país, sobre todo en el este, donde la mayoría de los productos alimenticios están contaminados por el cesio 137. En algunas ciudades la manifestación agrupó mayoritariamente al personal de los centros sanitarios, muy preocupado por la gran vulnerabilidad de los niños a la «contaminación interna». Las agrupaciones, entre ellas la asociación de jóvenes DYLJ (Liga de la Juventud Democrática de Japón) denuncian la incuria de las autoridades políticas. Esas movilizaciones seguramente no son ajenas al hecho de que un año después de la catástrofe la mayoría de las centrales nucleares japonesas siguen paradas. En Sicilia, desde principios de este año, sopla un viento de revolución.
El hundimiento de Italia en la crisis, los sucesivos planes de austeridad, los llamamientos a nuevos sacrificios, han acabado exasperando a una población golpeada por un desempleo récord del 25%. Los agricultores y artesanos han creado el movimiento de los Forconi, (los de la Horca) que llaman a la revolución y al rechazo de esa situación insostenible. En la vasta Rusia los amplios movimientos que asombran al poder central se organizan para defender los bosques amenazados por proyectos industriales o de carreteras.
No podemos cerrar este breve florilegio sin hacer alusión a una lucha internacional que podría prefigurar la lucha ecológica planetaria de los próximos 25 años: la fuerte resistencia a la explotación –no puede ser más devastadora- del gas y el petróleo de esquisto. En Estados Unidos, en Suecia, en Francia o en Sudáfrica ese tipo de proyectos se tapan o se dejan de lado bajo la influencia de resueltos movimientos de oposición que han mostrado de forma pertinente hasta qué punto la fracturación hidráulica, la única técnica eficaz para esa explotación, es la marca de un sistema capaz de autodestruirse por medio de la naturaleza. Está surgiendo una «Internacional Ecológica» que será el contrapunto de todas las futuras cumbres oficiales del medio ambiente y el clima. Tenemos la primera cita el próximo mes de julio en Brasil en «Río+20».
... ¡Uníos!
La indignación dispone de mecanismos de comunicación modernos especialmente valiosos para la difusión masiva y rápida de la nuevas ideas, los informes que se deben analizar, la convocatoria de manifestaciones urgentes o de los debates que hay que plantear. Esas son las auténticas redes sociales… y medioambientales. Pueden unificar movimientos dispersos geográficamente pero filosóficamente cercanos. Pueden ganar la partida a las redes de las frías tecnocracias y las oligarquías mezquinas. Están hechas de hombres y mujeres vivos que luchan para «ser» mañana contra los que solo protegen el «tener» de hoy.
Yann Fiévet es profesor de Ciencias Económicas y Sociales en el Liceo Jean-Jacques Rousseau de Sarcelles, autor de varios libros, cronista de prensa, presidente de asociaciones y promotor de conferencias y debates.
Traducido para Rebelión.org por Caty R.